martes, 22 de noviembre de 2011

Juego de chicos

El sol resplandece en la ciudad de Villa Fiorito. Parece un día primaveral como cualquier otro. Lo era para Sebastián hasta el miércoles a la tarde. 
Sebastián Merlo venía de una familia de clase media baja. Su pelo corto con mechitas rubias lo diferenciaba de sus amigos. Vivía con sus padres y su hermana menor en una casa amarilla, en su intimidad las paredes estaban llenas de humedad, en algunos lugares sin  revoque y sin pintar. Desde afuera se veía hogareña, por dentro solitaria. Nunca había nadie. Los papás trabajaban gran parte del día. Si la abuela podía, los entretenía un rato después del colegio, pero si no el joven se paseaba por las mismas calles, que alguna vez, recorrió el mejor futbolista que dicen que se vio en toda la historia del fútbol, Diego Armando Maradona. Se habían mudado hacía cinco meses. Y apenas tres semanas atrás se lo podía ver a Seba haciendo maldades con unos chicos que ya habían hecho de las suyas. Tenían mala fama por molestar en la noche a los vecinos haciendo ruidos o tirando bombitas de agua contra puertas y ventanas. Cosas de chicos.
Sebastián tenía 12 años y en la tarde del miércoles andaba en su bicicleta playera roja como todos los días. Otro chico de la cuadra, Agustín de 11 años, estaba con un amigo y dos nenas como también acostumbraba. La rivalidad entre estos dos niños era costumbre por las cargadas que se hacían. Ese día parecía igual que los demás. Sebastián pasó con la bicicleta a toda velocidad por donde estaba su enemigo, lo insultó y lo escupió desatando la furia impensada de Agustín. Esto era habitual en el nuevo vecino que tenía la ciudad. La gente ya lo cuestionaba pero hablaba por lo bajo.
Agustín respondió como nunca antes lo había hecho. Después del incidente, entró a su casa y cuando volvió a la calle, lo buscó, lo vio y se le acercó mostrando un cuchillo de cocina Tramontina con el que su mamá cortaba el queso antes de rallarlo para ponerle a la pasta de los domingos. Sin quedarse atrás, el chico que lo estaba esperando a 50 metros, tiró la bicicleta  al piso y le pegó con un palo de madera que agarró cerca de un árbol. Agustín se cubrió con el brazo. Comenzaron a pelearse como si estuvieran llenos de furia. Apenas vio un hueco no dudó y le clavó un cuchillazo en la parte derecha del abdomen. La sangre salpicó los caños colorados de la bicicleta. Los gritos del chico herido llegaron a los oídos de su papá que justo ese día había vuelto temprano del trabajo pero salía de la casa para dirigirse al centro de la capital argentina para hacer unos trámites con su hija menor. También el padre del agresor se acercó junto a un vecino de la cuadra. Entre los tres lo llevaron al hospital Evita de Lanús. Sebastián muere desangrado apenas es tratado por los médicos.
En la escena paralela apareció la mamá de Agustín que sin entender mucho la situación, cerró su kiosko, que tiene en el garaje de su casa, y lo acercó hasta la comisaría quinta de Lomas de Zamora, que lo puso a disposición del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil de la zona. Y después llevaron a la familia a la Fiscalía General de Menores para garantizar su seguridad.
Cuando la oscuridad de la noche empezó a ganar espacio en Fiorito, los amigos del fallecido se unieron a los familiares de Sebastián Merlo y atacaron la casa del chico demorado. Tiraron desde huevos hasta piedras. Lograron romper algunas ventanas y hasta ensuciaron el cuarto donde Seba jugaba a la bolita con las canitas que había heredado de su abuelo materno.
Mientras tanto en el Juzgado de Menores Agustín González hizo su declaración informativa y le hicieron un peritaje psicológico. Dijo que la humillación que había tenido que soportar durante meses hizo que su reacción se convierta en ira y frustración. El chico sabía lo que sentía aunque no se justifique lo que hizo.
En el caso se interesó y profundizó la criminóloga, María Laura Quiñones Urquiza que opinó: “La motivación principal es el deseo de venganza, pero sobre todo, reafirmar la autoestima, más aún en esta edad donde el respeto y la aceptación entre pares es casi tan importante como la de los padres.”



De esta forma la familia González ya busca otro barrio de la zona para mudarse. No soportan la mirada de los vecinos. El chico no quiere ir a la escuela ni salir a la calle y ni siquiera asomarse por la ventana que tuvieron que arreglar por las noches de frío. No tienen alternativa, para ellos el sol ya no brilla como hasta hace pocos días.

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