Ricardo
González mira el papel en sus manos. Lee y relee su nombre en tinta negra, que
aparece bajo el membrete de la Comisión Investigadora
49. La citación para el 27 del corriente mes de enero de 1956 no le trae
pensamientos gratos. Con el gobierno militar en el poder, ese pedazo de papel
no puede significar nada bueno.
Ya
pasaron cinco años desde que sostuvo en sus manos la Copa del Mundo de Básquet,
desde que, como capitán, agradeció “a todo el pueblo argentino” en un Luna Park
repleto. Hace unos instantes, su cabeza se entretenía con el sueño de la gloria
olímpica en los Juegos Olímlipicos, en la ciudad australiana de Melbourne. Pero
ese pedazo de papel se lo hace olvidar por un momento. En unos días sabrá que
lo que queda de su carrera, junto con el resto de la élite del deporte, será
borrado.
***
Juan
Domingo Perón sabía de la importancia del deporte como producto de exportación
y manejo de masas, y ya tenía varios deportistas bajo su ala: Juan Manuel
Fangio en automovilismo, Mary Terán de Weiss en tenis, y Pascual Pérez en
boxeo, entre otros. Pero no contaba con un conjunto nacional que pudiera
representar sus ideales, y la talentosa generación de básquet fue su apuesta.
Ése
fue el comienzo del fin. Cinco años más tarde, la Revolución Libertadora
derrocaría al presidente democrático e instauraría un régimen militar que
buscaría eliminar todo recuerdo y referencia al líder justicialista.
Todo
esto terminaría en una tragedia bastante paradójica: después de ser citados por
la mencionada Comisión Investigadora, 35 basquetbolistas serían penados de por
vida con el pretexto de haber recibido dinero y bienes en un deporte reglado
por el amateurismo. La paradoja es doble: el apoyo económico se había
circunscripto sólo a un permiso de importación de un automóvil y, como si fuera
poco, la mayoría de los jugadores alcanzados por esta recompensa no sentían
lealtad alguna por el ex presidente. “Dentro de nuestro equipo eran casi todos
anti peronistas”, dice Ignacio Poletti, el más jóven del plantel. “A Furlong,
Perón le había sacado la empresa que tenía y le había pagado dos pesos con
cincuenta”.
***
Ricardo
González se mira las manos, arrugadas por el paso del tiempo. En algún lado
queda la bronca y la impotencia que sintió en el momento en el que cortaron su
carrera y la de sus compañeros. “Nosotros íbamos a los Juegos en Melbourne;
para mí, para Furlong, y para todos los que estábamos en ese equipo, hubiese
sido un espaldarazo brutal”, cuenta, sin dejar de mirarse las manos. “En los
Panamericanos del ‘55 habíamos salido primeros, a Estados Unidos se le ganó dos
veces en el ‘53, en ese año Argentina salió campeón mundial universitario.
También había nadadores como (Héctor) Domínguez Nimo, (Alberto) Nicolao,
campeones mundiales en ciclismo, esgrimistas. Dejaron a oscuras al deporte”.
La
voz de Oscar Furlong en el teléfono afina el eje del que hablaba su compañero:
“En el mundo el amateurismo del básquet era cosa del pasado. Menos acá,
parece”, dice el escolta. “Lo que pasó es que había un grupo de dirigentes que
se hacían los amateuristas para mostrarse como opositores a Perón y conservar
sus puestos en la
Confederación ”, agrega.
Esos
mismos dirigentes que habían acompañado a la delegación en sus viajes
interprovinciales e internacionales fueron los que los echarían a la hoguera.
En 2009, Ricardo González fue homenajeado por la Federación Internacional
de Basquet Asociado (FIBA) al ser introducido en el Hall de la Fama , en Madrid. Pero su
orgullo y felicidad se vieron empañados por la siguiente distinción: bajo su
nombre figuraba el de Luis Martín, uno de los tantos responsables del fin de su
carrera. A pesar de que la Confederación Argentina de Básquetbol (CABB) se
opuso a su nominación, la FIBA
hizo caso omiso a los reclamos. “No me gustó figurar con él. Martín fue uno de
los que levantó la mano y dijo ‘sí, hay que sancionarlos.’”, dice hoy González,
en la comodidad de su amado club Palermo. “Él pudo haberse ido con nosotros,
pero decidió quedarse. Y cuando llegó el momento para sostenerse en la Confederación ,
aprobó la sanción”.
Para
Emilio Gutiérrez, sociólogo y autor de “Basquetbol
argentino. 1956, donde habita el olvido”, las razones que dieron para esta
decisión fueron excusas: “El amateurismo fue el argumento usado para acabar con
la mejor generación y el mejor equipo del siglo XX, aunque estuviera en
desuso.” Poletti acota: “Éste fue el único país del mundo en el que los
dirigentes que suspendieron a jugadores por profesionalismo fueron los mismos
que antes lo habían avalado”.
***
Ricardo
González entra a la cancha del Club Palermo para ver a un grupo de adolescentes
jugando al deporte que a él le negaron hace 57 años. “¿Sabés qué es lo peor? No
es que nos hayan borrado a nosotros, o a otros deportistas del momento. Es el
golpe para el semillero. Sin figuras se hizo imposible que a los chicos les
interesara el deporte”.
En
1967, la pena fue levantada para 23 de los 35 sancionados. Los otros 12,
jugadores de Racing Club al momento del castigo, nunca fueron redimidos. El
dato es casi una anécdota, porque de cualquier manera, para ese entonces el
grupo ya había pasado la edad de retiro y no pisaría las canchas de nuevo.
Furlong agrega: “La sanción sacó a una camada entera. El básquet nunca terminó
de recuperarse”. González volvería a jugar en la categoría para veteranos, pero
su tiempo bajo el reflector había quedado atrás hace tiempo. “Al básquet le
tomó más de treinta años empezar la recuperación, gracias al impulso de la Liga Nacional de
León Najnudel, pero todavía no tenemos nada asegurado.”
Aunque
esa recuperación tardó, a su tiempo se plasmó en un puñado de nombres que, en
el comienzo del siglo XXI, elevaron a la Argentina a los primeros lugares del deporte.
Pero la Generación
Dorada ya empieza a contar sus últimos días y la renovación
de talentos aún se ve lejana. Intentar vislumbrar el futuro de un equipo
nacional a largo plazo es, como lo demostró la Comisión Investigadora
número 49 hace 57 años, una tarea imposible.
Los
que quedan de la
Generación Borrada , diezmados en espiritualmente por
intereses políticos hace casi seis décadas y físicamente hasta el día de hoy
por el inexorable avance del tiempo, siguen adelante como pueden. Sin olvidar
la oscuridad que quisieron y lograron imponerles. Pero sabiendo que la llama
que encendieron no pudo ser apagada, y que su luz, tarde o temprano, volvería a
ser vista.
Las basquetbolistas del General
Susana
Abad, María Izal y Casilda Triacavilli eran integrantes del equipo de básquet
de la Unión de
Estudiantes Secundarios peronistas (UES, que dentro tenía basquetbolistas como
Ricardo Alix y Miguel Ballicora) dirigido por el profesor Jorge Canavesi,
entrenador del seleccionado masculino campeón en 1950. El técnico ya se había
distanciado de la selección antes de la suspensión del ‘56. “En el Panamericano
del ‘55 ni apareció, porque estaba armando lo que era la UES Trotters , una
especie de Globetrotters pero con mujeres, que entrenaba directamente en la
quinta de Olivos”, explica el sociólogo Emilio Gutiérrez. “Luego de una derrota
lo llamaron. Le dijeron: ‘Los equipos del General no pueden perder’ y le elevaron
un sumario. Lo mandaron al exilio, tuvo que arreglar las cosas y se fue a la Patagonia ”.
“El
COA siempre había sido manejado por gente de la clase alta, eran autárquicos,
hacían lo que querían, pero Perón metió la Comisión Argentina
de Deportes (CAD-COA) y al mando puso a su amigo Fernando Huergo, esgrimista, y
como director a Rodolfo Valenzuela, presidente de la Corte Suprema ”. Una vez
derrocado el peronismo, el informe final de la Comisión de Investigación
número 49 sugirió inhabilitar a las tres jugadoras, que figuraban allí por haber
cometido la ‘inadmisible irregularidad’ de haber aceptado la disminución de
categoría (habían jugado en primera y pasaron a jugar en tercera para la UES gracias a un permiso
extraordinario concedido por el Dr. Valenzuela) una vez que el libro de pases
había cerrado, y no por el hecho mismo de haber participado en ese programa
deportivo.
Nicolas
Levy
Belén Macías
Juan Manrique
Pablo de Paris
Martín Squeri
Belén Macías
Juan Manrique
Pablo de Paris
Martín Squeri
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